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La credibilidad como pilar del liderazgo ético en las organizaciones — Por Helímenes Domínguez

La humanización organizacional exige líderes coherentes, capaces de sostener una credibilidad construida desde la ética, la coherencia y la confianza.

En los últimos años, la humanización de los entornos organizacionales ha transformado la manera en que evaluamos a quienes ejercen roles de liderazgo. Más allá de la técnica y la estrategia, hoy se exige una cualidad que, aunque siempre fue relevante, se ha convertido en un elemento irremplazable: la credibilidad. Un componente ético que distingue a los liderentes —la fusión entre líder y gerente— capaces de influir, guiar e inspirar con coherencia.

La credibilidad, cuyo origen etimológico remite a lo “creíble”, se sustenta en la percepción de verdad, verosimilitud y probabilidad. No es un atributo innato ni una etiqueta que se obtiene por jerarquía; es una cualidad que se construye de manera sostenida a partir del comportamiento moral. Su núcleo ético reside en la congruencia entre lo que se piensa, se dice y se hace. Allí nace la confianza.

Desde la ética, ser creíble implica actuar con buena fe, transparencia y honestidad. La congruencia —esa alineación entre pensamiento, palabra y acción— es la prueba más visible del compromiso moral de un liderente. Un ejemplo cotidiano lo demuestra: quien valora la puntualidad, comunica que llegará a tiempo y efectivamente lo hace, refuerza su integridad ante los demás. Esa simple coherencia alimenta la reputación y consolida la confianza.

Hoy, donde los equipos trabajan bajo presión, cambios constantes y alta exposición, los liderentes se convierten en piezas clave del ecosistema social interno. Su credibilidad determina la calidad de sus relaciones con colaboradores, clientes internos y externos, y grupos de interés. En otras palabras, su capacidad de influencia depende directamente de su conducta ética.

La credibilidad es un valor que requiere constancia. No se improvisa ni se adquiere con discursos motivacionales. Se construye en el tiempo, acción tras acción, hasta convertirse en un intangible invaluable para las organizaciones. Un liderente creíble eleva la moral del equipo, facilita acuerdos, promueve la confianza colectiva y proyecta estabilidad incluso en escenarios complejos.

Por el contrario, la falta de credibilidad deteriora cualquier estructura de liderazgo. Sin confianza, no hay seguimiento; sin reputación, no hay influencia; sin coherencia, no hay autoridad.

En el mundo laboral actual, donde la ética se ha convertido en un diferenciador estratégico, una verdad permanece intacta:

Nadie sigue, trabaja ni negocia con alguien sin credibilidad, sin confiabilidad y sin buena reputación.

El liderazgo del futuro —y del presente— pertenece a quienes entienden que su valor profesional depende tanto de su capacidad técnica como de su integridad.

Por Helímenes Domínguez