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Por Edinson Martínez: Una tremendura que pagaremos caro


Estando persuadido de que tal vez no sea el momento para el debate de un replanteamiento
del tema de la descentralización política y administrativa en el país, sin embargo, el asunto
no deja de inquietarme, viendo ahora en perspectiva, la desafortunada deriva de un proceso
que habría podido dibujar un nuevo e interesante mapa económico y productivo de
Venezuela, quizás desarrollando novedosas esferas de competitividad entre las regiones,
entre otros aspectos, y apuntalando, por otra parte, un modelo de crecimiento con un
relevante protagonismo de los municipios. Por eso, entonces, me he atrevido a pensar que,
para este tiempo, los desequilibrios regionales en sus principales indicadores
macroeconómicos no serían tan desiguales como ahora se muestran.

Claro, hay otras consideraciones que cabrían hacerse para tener un juicio más acabado.
Siempre recuerdo muy nítidamente el peso que en su momento llegó a tener el antiguo
distrito Bolívar del estado Zulia, incluso en tiempos en que el tema de la descentralización
aún no figuraba en la agenda política nacional ni interesaba a los políticos, antes, por el
contrario, cualquier mención a una mayor relevancia de los municipios –distritos para
aquellos años–, era tenida por el común como una idea más o menos estrafalaria y fuera de
lugar.

El país, en ese sentido, respondía a otros contextos, sus autoridades locales y regionales
eran escogidas, si no a dedo por el presidente de la república, como era el caso de los
gobernadores, los concejales, por su parte, eran elegidos en un mismo acto electoral donde
se votaba por el candidato presidencial y los legisladores a través de dos instrumentos de
votación: una tarjeta grande para presidente y otra pequeña, justo a su lado, para
congresantes, legisladores regionales y concejales. Así que por lo general los electores no
sabían a quién votaban. Superar aquella formalidad que la democracia representativa había
escogido para legitimarse implicó un lento y candente debate nacional. Recuerdo que
cuando se formalizó la idea de elegir los gobernadores por votación directa, universal y
secreta, el secretario general del partido de gobierno, llegó a señalar al respecto “los
venezolanos no somos suizos”.

Los municipios, los distritos quiero decir, eran figuras limitadas a administrar la monotonía
parroquial, a duras penas mantenían obligaciones básicas: recolección precaria de desechos
sólidos, cementerios, ornato público y alguna que otra intrascendencia. Era muy raro
encontrarse con un concejo municipal que alterará aquella pauta. Quienes lo conseguían,
rompiendo esos estándares que el sistema y el liderazgo precario mantenían, era porque
lograban trenzar una relación paradigmática entre ellos y los diversos actores sociales y
económicos de sus localidades. Y creo que ese fue el caso del distrito Bolívar del estado
Zulia. Aquel distrito, con su concejo municipal a la cabeza –porque es bien oportuno
recordar que la figura de la alcaldía todavía no existía–, en el curso de varias gestiones,
muchas de ellas convulsas y no exentas de las diatribas propias de la política, llegó a
conformar por encima de aquellas controversias, importantísimos logros que todavía en el
presente constituyen una referencia en diferentes ámbitos, siendo en tal sentido, pionero

nacional en iniciativas tales como la distribución del gas doméstico, comercial e industrial
por tuberías, un hecho novedosísimo en el ámbito municipal, sobre todo en un país en
donde el estamento político de aquella época tenía tantos prejuicios sobre las capacidades
locales para encargarse de un asunto tan aparentemente complicado como era llevar gas
natural a las cocinas e industrias del territorio bajo su gobierno. Por eso destaco que, haber
logrado arrebatarle esa competencia al poder nacional, fue en su momento una conquista de
una enorme trascendencia. Ya nadie lo recuerda y a la luz de estos tiempos, luce como algo
de poca significancia. Pero si les comentara, por ejemplo, que, para realizar las primeras y
más importantes inversiones públicas en materia de infraestructura en la región, hubo de
efectuarse una enorme presión social para que finalmente el congreso nacional aprobara el
llamado Plan Cabimas en 1970, quizás podrían ponderar por qué se afirma que, para la
provincia, los distritos entonces, obtener reivindicaciones y una porción más digna de la
torta presupuestaria nacional, costaba conflictos y candentes protestas.

Por ello no dejo de anotar para los lectores de este tiempo, que constituir GASDIBOCA
–Gas del distrito Bolívar– fue una tremenda experiencia en el ámbito de las competencias
municipales conquistadas cuando, incluso, en el país nadie hablaba de eso.
Y es que mucho antes del tema citado, en este mismo distrito, se constituyó uno de los
frigoríficos más importantes del Zulia que, con una mirada de mayor alcance en su
momento, y quizás en un contexto político menos afectado por la pelea chiquita que nos fue
destruyendo, habría tenido potencial para un gran emporio industrial en el occidente del
país, abarcando de manera estratégica el procesamiento de los derivados cárnicos. Esa
empresa municipal se llamaba Frigorífico Industrial Bolívar.

Allí, siendo muy joven, culminando mi carrera como economista, durante una breve pasantía en sus instalaciones, recuerdo haberme quedado maravillado por los indicadores de sacrificio, faenado y
desposte de ganado que diariamente se hacía. Los subproductos o derivados, como la
sangre, cuernos, cuero y patas, eran vendidos a quienes los aprovechaban para fabricar
productos de diverso género. Pese a todo ello, a las bondades del negocio, con los años fue
derivando en un simple matadero con severas limitaciones para realizar adecuadamente sus
labores. De esta experiencia queda el testimonio, todavía muy vigente, de cuánto es posible
emprender en el ámbito local.

Un poco más adelante, ya en los años ochenta del siglo pasado, en ese extenso territorio que
conformaba el distrito Bolívar, se logró constituir la zona industrial de la costa oriental del
Lago, su ubicación se precisó en los límites que hoy separa a los actuales municipios Simón
Bolívar y Cabimas, justamente en las inmediaciones del aeropuerto Oro Negro. En su
momento se pensó que su ventaja competitiva radicaba en las posibilidades del desarrollo
petrolero aguas abajo por razones más o menos obvias. En teoría, lucía como una excelente
apuesta, sin embargo, a la fecha no ha podido consolidar su cometido estratégico.
Asimismo, ese viejo distrito, llegó hasta conformar una empresa paramunicipal para la
construcción de viviendas, pudo construirlas y vender muchas de ellas. En Ciudad Ojeda,
esos tres enormes edificios que se ven en el paisaje urbano, en mirada hacia Lagunillas,
fueron construidos precisamente por dicha empresa.
Creo que solo hay una expresión para definir todas aquellas iniciativas cuando en el país la
palabra descentralización no figuraba en su diccionario: osadía.

Por ello no habría sido posible si, como apunté antes, no se hilvana una relación
paradigmática entre el liderazgo político y los actores sociales y económicos del distrito.
Ahora bien, estoy convencido de que todo ese empuje podría haberse potenciado
enormemente, si el paradigma descentralizador hubiera alcanzado su consolidación, siendo
capaz de superar las resistencias del poder nacional y mejorado a la vez las capacidades
gerenciales locales, creo que para allá íbamos. Pero, fueron apenas diez años de aquel
experimento, es decir, prácticamente nada desde el punto de vista institucional.
Ahora bien, y he aquí una mirada crítica sobre aquel periodo, al menos en torno a la región
sobre la que escribo.

Así como señalo la vitalidad que pudo haberse desarrollado con ese
ensayo político conocido como descentralización, también creo que debe asentarse como
una desviación el empoderamiento de feudos locales que progresivamente fueron
levantándose a consecuencia directa de la creación de los nuevos municipios, ya con la
figura de los alcaldes, después de 1989, donde cada quien, atrincherado en sus límites
territoriales, respondiendo a los intereses meramente municipales, en cierto modo
parroquiales, contribuyó en buena medida a desdibujar la perspectiva estratégica de lo que
comenzó a llamarse durante aquel periodo como la subregión costa oriental del lago de
Maracaibo.

Así creo que se perdió peso en las capacidades de negociación con el poder central y
regional –todavía reticentes a insertarse en el modelo en ciernes–, para gestionar
inversiones públicas de gran alcance en conjunto y no al detal, se esfumó de esta manera la
visión global a través de la cual un mismo espacio territorial comprendía básicamente un
mismo tipo de economía, similares problemas y, sobre todo, acreditaba unas ventajas
competitivas a partir de las cuales habría podido ofrecerse en el espectro económico
nacional como una gran zona económica, promoviendo de este modo su enorme atractivo
para la inversión privada nacional e internacional. Así, entonces, del liderazgo subregional
desapareció la visión integral, conformando un contexto fragmentado con una exaltación
anodina del localismo de corto aliento.
II

De vuelta a nuestro tiempo, en un territorio parecido a una esperanza fallida, la alternativa
jamás podría ser el retorno al Estado centralizador, ese que tanto ha conocido nuestra
república a lo largo de su historia, y que hoy se convertiría en un anulador de los gobiernos
locales cimentados en las estructuras político administrativas que establece la constitución
nacional. Si el modelo de la descentralización ensayado en el país requería revisiones, el
modelo centralista es comprobadamente el enemigo de la provincia, el interventor abusivo
de las competencias constitucionales de los municipios y el mejor aliado de los
desequilibrios regionales, en otras palabras, ese modelo es un reproductor de la pobreza.
Me había prometido no escribir por un tiempo sobre nuestro drama nacional ni acerca del
tema estrictamente político y sus cercanías, quizás respondiendo a una especie de hartazgo
ante la descomunal cháchara en la que todos hablamos al mismo tiempo de la tragedia
infame que nos arrincona. En algún momento cerraba los ojos y me tapaba los oídos
evitando continuar. Hemos escrito y hablado tanto y de tan variadas maneras buscando

explicaciones, que acuñamos novedosas y estrambóticas definiciones para expresar
básicamente siempre lo mismo: un país vuelto trizas sin el más mínimo resplandor de una
salida a su desdicha.
Por eso me cansé de pensar en ello, de darle vueltas al asunto y bajo el efecto de un aire
desganado que siempre rechacé, me he limitado a observar y guardar para mi reserva el
desprecio por los responsables que con su sarcasmo impúdico niegan el calibre de los
hechos que a todos los venezolanos acogota. Estoy cansado del maremágnum noticioso, el
de las redes, que a veces se encumbra sobre las cimas del asco del mismo modo en que la
propia realidad se retrata tan bizarramente.

Luego de los últimos procesos electorales, en lugar de encontrarnos con un país buscando
una salida a sus dramas, se tuerce aún más, como si pagara algún karma infame. Escribo
sobre la región que amo porque la observo languidecer, retroceder y encumbrarse en una
ruina como nunca pensé. La alternativa que se promociona con bombos y platillos por estos
días con sus infaltables seguidores aplaudiendo, que pocos, pero seguidores al fin, como en
una suerte de flautista de Hamelin acompañado de los ilusos de la ocasión, es el
desquiciamiento de los gobiernos locales, propiamente tiene como propósito deshuesar el
poder municipal para en su lugar atomizar la sociedad en organizaciones comunales,
alucinando muchas de ellas con una arsenal de proyectos únicamente deseosos del
financiamiento público, como en otrora ocurriera con la feria de cooperativas intentando
sustituir la acendrada labor de años de trabajo y especialización de las empresas de
servicios a las petroleras.

Algunos mencionan a esta nueva configuración político administrativa para el país como Estado Comunal, la verdad no sé si será cierto o no tal propósito, pero más de un vividor de las improvisaciones y de los desvaríos gubernamentales ya ha comenzado a frotarse las manos en espera de la nueva burlería.
Pagaremos caro esta tremendura buscando arrinconar aún más el sentido común.

Nota: Terminando de escribir el último párrafo de este artículo, un bajón eléctrico, tan
veloz como un parpadeo, me dejó con los dedos clavados en el teclado y con las ideas
suspendidas en el aire. Ya no me asombra. Mi teléfono que, suena casi al mismo tiempo,
anuncia con la intranquilidad de un sujeto desesperado la notificación de una novedad
informativa. La reviso mientras se repone el fluido eléctrico, ahora si me asombro. Un
portal de noticias anuncia que a una anciana de 83 años le fue amputada la pierna
equivocada durante una intervención quirúrgica en un hospital de Barinas, “allá donde todo
empezó”, subraya impertinente mi alter ego. André Breton llegó a decir que México era la
tierra elegida por el surrealismo, creo que podría decir sobre nosotros algo parecido si nos
visitara por este tiempo.

Edinson Martínez